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La contaminación lumínica es un problema que suele pasar desapercibido. Si se observan desde el espacio y en la noche, las regiones habitadas del planeta brillan. Es una imagen espectacular que demuestra nuestro avance, pero que esconde los efectos de la propia luz. A continuación, explicamos las principales consecuencias de este fenómeno.
LA CONTAMINACIÓN LUMÍNICA
Este tipo de contaminación se crea mediante la emisión de luz de fuentes artificiales durante la noche. La intensidad y el brillo son los principales problemas, ya que causan efectos en las personas y en los animales. Al fin y al cabo, el ciclo de vida de nuestra especie y de otras incluye parar la actividad durante la noche. Al existir tanta claridad, se altera el correcto descanso.
Además, la contaminación de la luz impide ver el cielo con la debida claridad, lo que afecta de lleno a prácticas como la astronomía o la astrofotografía. En este sentido, la iluminación opaca el brillo que llega desde las estrellas y las hace menos visibles, por lo que la actividad de observatorios y aficionados tiene que desarrollarse en las afueras de las ciudades.
El origen de la contaminación proviene de una iluminación urbana mal diseñada. Muchas farolas emiten su luz hacia el cielo, como ocurre con las de tipo globo. Lo ideal, y que resultaría más eficiente, sería que proyectaran sus haces solo hacia el suelo o los lados. Una potencia desproporcionada también da pie a este problema, así como unos horarios no adaptados al ciclo solar.
Por lo tanto, las luces nocturnas no son el origen del problema, sino su diseño deficiente. El objetivo de las farolas y otras luminarias es el de permitirnos ver por la noche, lo que nos ofrece seguridad y la posibilidad de llevar a cabo todo tipo de actividades. No obstante, se cae con frecuencia en el exceso de iluminación que acaba por proyectarse al cielo.
CÓMO AFECTA A LAS CIUDADES
Los efectos que podemos comprobar de esta contaminación en las ciudades es amplio. Para empezar, diferentes especies de insectos se ven atraídos por las farolas. Esto se debe a que utilizan los puntos de luz como guía durante sus vuelos. Normalmente, siguen las estrellas o la Luna, pero la potencia de las luces artificiales es mayor y acaban por dar vueltas a su alrededor hasta la muerte.
Por otra parte, las aves se desorientan al atravesar núcleos urbanos con una iluminación excesiva. Algunos ejemplares caen deslumbrados al suelo, lo que les provoca heridas graves o la muerte. Además, aquellas especies con ciclos de vida nocturnos sufren alteraciones en sus patrones de comportamiento. Cuando inician su actividad al anochecer, la luz de la ciudad les envía el mensaje de que aún es de día.
Más allá del reino animal, las personas acaban por sentir las consecuencias de la contaminación de la luz. La ausencia de un correcto descanso es la primera de ellas. En este caso, el cuerpo no llega a reposar del todo por una alteración de los ritmos circadianos, los cuales están basados en el ciclo que supone el paso del día a la noche. La oscuridad necesaria desaparece debido a la intensa iluminación, algo que provoca disfunciones en el sueño.
También se incrementa el riesgo de padecer algunas enfermedades. Por ejemplo, el virus del Nilo puede vivir durante más tiempo en los gorriones al estar demasiado expuestos a la luz. Tal circunstancia aumenta las probabilidades de que el pájaro sea picado por un mosquito y este haga lo mismo con un humano.
Incluso se producen problemas en el tráfico marítimo y en el aéreo. Los faros cumplen con la importante función de iluminar en el mar y las luces de pista hacen lo propio en los aeropuertos. Sin embargo, una ciudad cercana con una luz potente puede despistar a los pilotos, con el consiguiente riesgo de accidente.
Junto con esto, para mantener la potencia de la iluminación, es necesario aumentar el consumo eléctrico. Esto lleva a un despilfarro energético que no podemos permitirnos. Además, el exceso en la producción provoca un incremento de las emisiones de dióxido de carbono. Por tanto, la contaminación lumínica incrementa los gases de efecto invernadero.
Tampoco podemos olvidar que el cielo estrellado, declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco, desaparece o se ve mermado. En este caso no vamos a enfermar, pero se dificulta la labor científica. De este modo, sus costes no dejan de crecer, lo que impacta en el trabajo de sus profesionales.
En resumen, la contaminación lumínica provoca una amplia variedad de consecuencias en las ciudades. Por ejemplo, las alteraciones en los ciclos vitales o en el transporte son realmente graves. Para evitar estos problemas, es fundamental optimizar la iluminación urbana para que sea eficaz. En Gewiss ofrecemos el asesoramiento técnico en esta área. ¡Consúltenos!